El altermundismo ayer y hoy

Aunque a veces no nos acordemos, los noventa también existieron. El telón de acero había caído y los gurús de la tribu neocon proclamaban el fin de la historia. Las ideologías habían muerto ante el avance del paradigma neoliberal que presentaba sus leyes como verdades científicas. La lucha de clases ya no existía y una nueva conciencia de clase se había instalado en la masa asalariada: ‘ya no somos proletarios, somos clase media’. El capitalismo triunfante había relegado el pensamiento utópico a los libros de historia, meras anécdotas propias de una etapa histórica en la que la humanidad estaba aún inmadura. La política también había muerto, los partidos estaban abandonando las ideologías y se presentaban a la opinión pública, no como socialistas, comunistas o liberales, sino como buenos gestores. Casi parecía que los expertos y tecnócratas podrían gobernar y nadie echaría de menos a los políticos. Fue la década del gran consenso acerca de lo que había que hacer: desregular los mercados, eliminar los vestigios de las caducas políticas proteccionistas y garantizar la libre competencia a nivel global. Los Estados tenían cada vez menos capacidad para controlar la economía que, de repente, se había convertido en un caballo demasiado grande como para que nadie pudiese montarlo. El capital fluía de una punta del mundo a la otra generando prosperidad en los países en desarrollo que recibían inversiones millonarias y en los países desarrollados que se beneficiaban de los bajos precios de los productos que se fabrican con mano de obra semiesclava. Consenso, desregulación y flujo de capitales… En fin, de aquellos polvos estos lodos.

Sin embargo el gran consenso sólo era un espejismo. Bajo la superficie palpitaba un malestar contra la globalización que se había ido organizando en torno a pequeñas agrupaciones y ONGs. Mientras los grandes actores de la política se palmeaban las espaldas y se congratulaban por el nuevo orden global, la sociedad civil había empezado a sentir los efectos de la deslocalización de la producción y de la competencia a nivel global. Aunque lo pareciese, no todo el mundo estaba contento. Los agricultores habían empezado a notar los efectos de que sus productos tuviesen que competir con los producidos en la otra punta del mundo. Trabajadores en paro veían como las grandes multinacionales cerraban sus fábricas para abrir otras en los países en vías de desarrollo. Los ecologistas veían cómo el ascenso de las corporaciones transnacionales estaba llevando el deterioro ambiental a nuevos niveles. Y, en fin, los filántropos en general tampoco estaban nada contentos con la nuevas cotas de sufrimiento y explotación humana que estaba generando el libre mercado (¿libre expolio?) en los países del tercer mundo que basan su economía en la exportación (¿saqueo?) de materias primas. Dicen los que saben de estas cosas que internet jugó un papel clave en la organización y movilización de todos los grupos altermundistas. Si, en palabras de Chomsky, los mass media tradicionales sirven para fabricar el consenso, podríamos decir que internet ha demostrado ser una herramienta muy eficaz para organizar el disenso. Cuando el pensador disidente ve la tele siempre se encuentra solo ante el pensamiento único, cuando navega por internet siempre acaba encontrando gente como él, y entonces surgen ganas de hacer cosas juntos.

El 29 de noviembre de 1999 se prende la mecha en Seattle. Unos activistas cuelgan de una grúa de construcción una pancarta en la que aparecían las palabras ‘Democracia’ y ‘OMC’ tirando en direcciones opuestas. Fue el inicio de una serie de movilizaciones multitudinarias que impidieron que la cumbre de la OMC en esa ciudad se celebrase con normalidad. Personas de muchos países y de organizaciones muy distintas se habían unido para plantar cara a la globalización neoliberal. Sindicalistas, ecologistas, agricultores y activistas de todo tipo estaban unidos bajo la consigna de que «otro mundo es posible». Hasta ese momento casi nadie había oído hablar de la OMC, el Banco Mundial o el FMI. La noticia sorprendió al mundo por lo multitudinario de las manifestaciones. Los medios de comunicación también se vieron sorprendidos por la magnitud de los acontecimientos. Nadie entendía nada: ¿Contra qué protesta esta gente? ¿Qué es la OMC? ¿Han organizado las movilizaciones a través de internet y están en contra de la globalización? ¿Por qué protestan juntos un ecologista y un camionero? Si de algo sirvió la Batalla de Seattle fue para llamar la atención del mundo entero sobre el injusto orden global que se estaba construyendo. Las demandas éticas de los altermundistas empezaron a colarse en las cumbres de los amos del mundo que hasta entonces sólo habían tratado de eficiencia, beneficio y oportunidades de mercado. Desde entonces nada fue lo mismo, ninguna cumbre del G8, la OMC o el FMI pudo celebrarse ya sin que los ojos del mundo estuviesen fijos en ellos. Cuando una ciudad acogía alguno de estos eventos, los dispositivos de seguridad-represión tomaban las calles, se establecían cordones de seguridad y se daba la apariencia de estar en zona de guerra. Guerra hubo en Génova, donde los carabinieri asesinaron a un joven activista durante la cumbre del G8 de 2001 y, ese mismo año, Austria suspendió provisionalmente el Acuerdo de Schengen para impedir la entrada de los altermundistas durante el Foro Económico Mundial.

La OMC y el FMI habían polarizado todo el malestar que existía hacia la globalización. Se estaba dando la paradoja de que, mientras el número de países democráticos no había parado de incrementarse en los últimos años, las instituciones internacionales eran cualquier cosa menos democráticas. Mientras los Estados se veían cada vez más impotentes ante las nuevas fuerzas transnacionales, aquellos que debían poner un poco de orden en el nuevo cotarro global tenían serias carencias democráticas. La OMC, por ejemplo, siempre ha adolecido de una total falta de transparencia. Las reuniones en las que se negocian acuerdos comerciales que pueden afectar a millones de personas se realizan siempre a puerta cerrada. Los ciudadanos de un país no tienen forma de saber qué es lo que está negociando su gobierno hasta que las decisiones ya se han tomado. Pero lo que es peor, no todos los países miembros pueden asistir a esas reuniones en las que los países ricos están mucho mejor representados que los pobres. Además las negociaciones no tienen lugar en condiciones de igualdad. Resulta más fácil para un país rico presionar a un país endeudado para que abra sus mercados o liberalice determinado servicio público que a la inversa. El resultado ha sido que la OMC que, en principio se presentó como una oportunidad para que los países ricos abriesen sus mercados a los productos de los países en desarrollo, ha resultado ser un instrumento para perpetuar las injusticias en el comercio internacional. Mientras que los países ricos pueden invadir los mercados con sus mercancías, a los pobres no se les permite proteger sus industrias. El problema más sangrante se da en el caso del sector primario. La liberalización de la agricultura sólo ha generado hambre y miseria entre la población rural de los países pobres y, mientras, los países ricos no sólo siguen protegiendo su agricultura, sino que las subvenciones al sector primario no han dejado de incrementarse. Esta es una de las constantes del neoliberalismo, invocar las bondades de la libre competencia y abominar de las medidas proteccionistas sólo cuando resulta conveniente.

Todas estas instituciones internacionales están movidas por un afán liberalizador que, cuando se aplica a los servicios públicos esenciales, supone un gran peligro para el bienestar de la humanidad. Los prestamos del Banco Mundial, cuya finalidad declarada es la de reducir la pobreza en el mundo, siempre van acompañados de planes de ajuste estructurales que suponen de hecho una reducción del gasto público, un deterioro de los servicios prestados por el Estado y, por supuesto, una apertura de los mercados a las grandes empresas transnacionales. El FMI, otra institución con fines claramente filantrópicos, siempre acompaña sus rescates financieros de paquetes de medidas que, bajo la cantinela de la austeridad y la contención del déficit público, también suponen drásticos recortes en los servicios públicos básicos. Se trata de medidas que no han demostrado su eficacia para salir de una crisis financiera y que, por poner un caso, durante la crisis asiática de finales de los noventa, fueron más parte del problema que de la solución. La OMC también se sube al carro y, mediante el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios, fomenta que sus miembros liberalicen sus servicios. Todas las instituciones económicas internacionales están orientadas hacia la disminución del poder de los Estados en beneficio de los grandes capitales. ¿Cómo se justifica esta apuesta por la iniciativa privada frente a la pública? ¿Acaso se ha demostrado que lo público supone un obstáculo para el bienestar de la humanidad? ¿Acaso la mayor parte de la humanidad se ha puesto de acuerdo en que hay que liberalizar y privatizar los servicios públicos? Que mengüen los Estados sólo ha demostrado ser de utilidad para una pequeña parte de la humanidad, la que puede obtener beneficios vendiendo los servicios que deben ser de acceso universal.

La idea de que otro mundo es posible, que fue el motor de todas estas movilizaciones, implicaba una serie de propuestas para limitar el poder de las corporaciones multinacionales y frenar los desmanes del capitalismo especulativo. Muchas de estas propuestas confluyeron en el Foro Social Mundial de Porto Alegre de 2001 y en sus sucesivas ediciones. Veamos algunas:

  • Tasa Tobin: Es una de las reivindicaciones insignia del altermundismo. Se trata de instaurar un impuesto para todos los cambios de divisa que, aún siendo pequeño, podría suponer un poderoso freno a las transacciones puramente especulativas. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo calculó que, de instaurarse esta tasa y si se destinase un 10% de lo recaudado para ayuda al desarrollo, se podría proporcionar atención sanitaria a toda la humanidad.
  • Quitar las competencias en agricultura a la OMC y dar libertad a los países para poner tarifas arancelarias y proteger su agricultura mediante subvenciones. Esta propuesta se complementa con la prohibición de subvencionar la producción agrícola destinada a la exportación y así evitar que los países del primer mundo invadan otros mercados vendiendo sus productos por debajo del coste de producción.
  • Gravar con impuestos las inversiones en países que no respeten la Carta de Derechos de los Trabajadores de OIT para frenar el beneficio construido sobre la explotación laboral.

Estas son sólo una pequeña muestra de las principales propuestas altermundistas. Todas ellas van orientadas a reforzar el poder de los Estados frente a las multinacionales y frente al poder financiero. Diez años después nada ha mejorado y la globalización neoliberal llama a las puertas de Europa. No hay mucha diferencia entre los planes de austeridad que hoy impone la Unión Europea a sus miembros más débiles y los planes de ajuste estructural que ayer imponía el FMI en Asia y Sudamérica. La rueda del neoliberalismo sigue girando y los Estados se siguen haciendo cada vez más pequeños, dejando a sus ciudadanos desamparados ante fuerzas y poderes no democráticos que sólo buscan el propio beneficio. Aquellos que ayer se levantaron en Seattle tienen el mismo enemigo que los que hoy se desangran en las plazas de Grecia. Los que ayer apretaban las tuercas a los países más débiles, hoy se han hecho menos selectivos con sus presas y se ceban con las clases más débiles en Europa. La gran desregulación a la que, en los últimos años, se han venido sometiendo los Estados en un absurdo ejercicio de autosupresión, golpea a los más débiles con miedo, incertidumbre y precariedad. Los que hoy, en las plazas indignadas, muestran pancartas en las que se puede leer  «MÁS ESTADO Y MENOS MERCADO», están recogiendo el testigo de los que ayer clamaban por una globalización alternativa. Hoy, igual que ayer, seguimos soñando con otra Europa posible y otro mundo posible.

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‘El altermundismo ayer y hoy’ de Jorge A. Castillo Alonso en garabatosalmargen.wordpress.com está bajo licencia  Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.